Paraiso perdido I. Petanca y nuggets.

Tendría unos veinte años cuando presencié un debate en la tele en el que pedía en bucle al presidente del Gobierno que se marchase. “Márchese Sr. González” decían uno tras otro los portavoces. Recuerdo que me dio pena ese hombre allí sentado con un lenguaje no verbal cerrado y defensivo, medio sentado e incómodo sobre una nalga y un brazo acodado en el muslo que sujetaba su abatida cabeza. Diría que llevaba un traje claro o gris desvaído como una fotografía velada en el cajón. Me dio pena porque si me ponía en sus zapatos sentía su fracaso, su desagrado vital y tenía que escuchar esa frase disparada a las tripas de su buen nombre.

Ya no sé si es que ha cambiado la política o soy yo. Quizás las dos. El caso es que ya no siento tan fácilmente la compasión en este tipo de escenas. Si acaso asco a veces. O nada. Nada. La misma indiferencia de contemplar una película muy mala. Esa hartura predecible del sistema que nos toma por idiotas porque hasta ahora le ha ido perfectamente bien así.

No es culpa suya seguir el guión perfectamente mediocre. Es sólo que en algún momento se nos cae el velo y dejamos de ver esa foto que nos parecía vibrante de Felipe González jugando a la petanca. Y en su lugar nos ponen otra de Sánchez emulando la anterior sólo que más fría e impostada. ¿Para qué? como si conociéramos a una sóla persona mayor que a día de hoy jugara a la petanca. Qué más da, pensarán. Si son tontos del culo. Apelemos a su subconsciente ponzoñoso, ahí se producirá la alquimia. Al menos habremos llenado la agenda, construido el relato, vestido al muñeco.

Es verdad, en ese charco junguiano que es nuestra menta parasitada todo puede llegar a hundirse y al contrario, puede flotar cualquier cosa lo bastante ligera, sobrevivir en la superficie como una hoja o una pluma y deslizarse hacia fuera o quedarse en los márgenes del charco de los pensamientos automáticos que nunca fueron nuestros.

Me venía a la mente la imagen de Greta Tumbler “siendo detenida” por unas fuerzas especiales de palo. Ella, a su vez, una activista de palo fingiendo su arresto, sonriente, casi sádica, al estilo del enésimo episodio de Greenpeace rodando sus asaltos peregrinos a los balleneros, películas de la lucha antisistema en medio del mar pagados por dios sabe quién que tal vez no esquilma los mares porque está a otra cosa. Pero podría. Aunque sobre eso otro no se rueda ninguna película.

Se me vino a la mente mi hija que un día lloró por la destrucción del planeta y ella sí me dio pena y rabia, porque habían conseguido hacerla responsable de los desmanes de otros. Y lo mismo que Greta cuando no fingía, se echaban las dos adolescentes a los hombros la escoria de otros.

Niña. ¿A qué no sabes el fake que le han pillado a tu heroína Greta, la niña esa ecologista y vegana?. Mi hija me mira comiéndose un yogur con granola y me suelta: ¿La han pillado comiendo nuggets? No cariño, ella nunca comería unos nuggets. How dare you! Sólo es un anuncio, una promo, no es real, tranquila. Un fake tan sólo. Ya nadie juega a la petanca, ni come nuggets a escondidas. Hemos dejado de merecernos que no nos mientan.

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