Elecciones madrileñas, lo que se dice con el cuerpo

Ayer fue noche electoral y por primera vez en muchos meses encendí la televisión. Hay algo en mí de politóloga viciosa que me obliga a estar presente hasta el final en este tipo de fiestas. Lo confieso, me encanta observar los banderines, los eslóganes y los videos de campaña. Pero ayer el baile estaba en las sedes de los partidos tras de recibir los resultados del escrutinio. En esos balcones o tras esos atriles se desarrolla la escena clave. Era inevitable mirar, en mi caso. Como van vestidos, qué brillo tienen sus ojos, por quienes se acompañan, están tristes, pero contienen las lágrimas o están felices y lloran de la misma emoción. Todo eso me interesa.

Ayuso iba de rojo pasión, rojo Comunidad de Madrid, rojo estrellado, con esas ondas al agua que me recuerdan a mi amiga Ana, Ana “la madrina” que dicen mis hijos. Estaba nerviosa ante el jefe, que hablaba como un político clásico, un viejóven que se deja la barba para parecer más maduro. Bla, bla, bla. Pienso en que tiene muy buen pelo, un pelo lozano y completo de clic de Famobil. Está auténticamente feliz Casado, exultante, se le achinan los ojos, se le encaja la mandíbula, desearía hacer puénting en el balcón de Génova para soltar la adrenalina. Ahora le toca a hablar a ella, todo el rato le tocaba a ella, en realidad. En política y en la vida hay una máxima, tus defectos y tus virtudes son la misma cosa. Sólo es cuestión de dosis y de perspectiva. Entonces, el defecto/virtud de la Ayuso tímida a la defensiva, la vuelve vehemente y se electriza cuando se suelta. Se le corre el rímel y suelta un “ya está bien” (como aquel “¿Por qué no te callas?” del Rey Emérito que nos hizo a todos recuperar la atención en una aburrida cumbre de jefes de Estado y de Gobierno)

Como os cuento en la página de inicio, a nadie le importa si citas a Fukuyama, pero cualquiera puede caer rendido ante quien sepa resumir en una frase un estado de ánimo. Ya está bien, España va bien, si se puede, yes we can, America first o por qué no te callas. De la misma forma, apreciamos como se va consolidando el líder imperfecto, no demasiado guapo, ni alto ni espigado. Mejor con el culo gordo que narcisista, que se pase por Merca Madrid o haga magdalenas o chute balones del Atleti pero si quiere seducir a las masas mejor que no cite a Foucault o hable de hegemonías, soberanías y biopolítica.

Pero la noche no ha hecho más que empezar. Enseguida aparece ese señor serio y formal llamado Gabilondo cuyo único hándicap es ser un caballero de los de antes, de lo mejor de antes. Se le empañan las gafas de lejos y tiene la mirada perdida de los que acaban de presenciar de cerca un terrible accidente. Por eso, lejos de resultar impasible emana pena. Todo su equipo está detrás igualmente abatido, con el corazón roto. Cualquier tristeza que puedas haber sentido a lo largo de tu vida está representada ahí y te interpela. Son la imagen misma de la tragedia, supervivientes de una pérdida, creyentes de un mundo mejor convertidos en juguetes rotos, teledirigidos por supuestos estrategas que últimamente fallan más que una escopeta de feria. Imposible no sentir compasión y empatizar. Si no has empatizado con este hombre tienes el corazón de cartón piedra.

También estaba Edmundo manteniendo el tipo. Más bien cabreado. Impropio de él. Porque la escena le obliga a mostrar dignidad al tiempo que su amado proyecto se desmorona. Pero a él le sale un señor rebote de rockero motero y Villacís le agarra el antebrazo, como si fuera de su familia. Tranquilo, tranquilo, todo irá bien. No hoy. El tiempo lo cura todo, aunque rara vez te resucita.

En el turno de Vox sale Monasterio con su coleta alta oscilante y una piel de veinte años. Con una sonrisa congelada felicita a la ganadora, felicita a los suyos. Misión cumplida. Y entonces se muerde la lengua y los laterales de las mejillas porque ella es una Señora y si alguna vez se ha pasado de la raya es porque hay gente que te saca de quicio y no puedes evitarlo. Contenida, en apenas dos minutos da paso al varón sustentador de la épica que, remangado y en vaqueros, representa la puesta al día de la reconquista de Don Pelayo. No están plenamente felices, si acaso medio satisfechos, porque quieren que se sepa que se toman España demasiado en serio como para andar celebrando victorias parciales.

Luego habló la médica, la madre. Como tardaba en salir llegué a pensar que se habría retirado antes a casa como hizo tras el debate de Telemadrid, para conciliar. Pero no, estaba, en calidad de jefa y única portavoz, a la izquierda del padre y a la derecha de Rita, asintiendo todos de forma efusiva como una trinidad dispuesta a demostrar que la única forma de ser comunista es no parecerlo del todo.  Comunistas sí y libertad también, verdes, feministas y amantes de lo público, pero sin desdobles en el lenguaje, en un masculino plural que las masas entienden. Gente maja. Gente con tú.

Finalmente sube al escenario el que quiso hacer en España lo que tan fácilmente había hecho en Somosaguas. La medida de todas las cosas, la inteligencia, la determinación pendular, el príncipe de la República de la tictac táctica, rodeado de sus fieles con caras de fin del mundo, en un escenario sombrío y en penumbra. No es que esté más quemado que la pipa de un indio (¿se puede decir eso ahora?) sino que la fatalidad ha tomado las riendas del destino y como consecuencia se le escurre el moño alto de samurái y regresa su brillante coleta baja, desmayada sobre un jersey de bolas. Se va, no le queda más remedio. Sube tres escaños, pero dice que es un tapón al progreso, un chivo expiatorio frente al dique de ramas puestas por los pérfidos castores de la ultraderecha. Él es una víctima y a la vez un héroe: dimite de todos sus cargos (pero no de la indemnización por desempleo ministerial) todo tiene un límite. Dimite, pero designa verbalmente sucesora (no aprende) ¿Se va para quedarse? Te vas, Pablo, esta gente se queda huérfana, esta, la tuya. El resto te indica la salida de emergencia, algunos te dicen que cierres al salir. Que hable la mayoría, dijiste.

El Gobierno de España se manifiesta en la figura del Ministro de Fomento como un dependiente del Corte Inglés que atiende a cara de perro. Ni chascarrillos ni desenfado. Monolítico y solitario lee el teleprompter en una caja roja. No roja pasión ni roja Comunidad de Madrid, roja purgatorio político entre el cielo demoscópico de Tezanos y la realidad infernal de una sociedad tabernaria.

A las 23 horas termina la escena. Todos a casa que hay toque de queda. Y mañana más, porque la vida da muchas vueltas y la política siempre más vueltas que la vida. Así que quien esté triste hoy puede dejar de estarlo mañana y viceversa, y el que esté contento, que se tome una tila porque este es un carrusel que, a veces, te deja con el caballito arriba, y otras, con el caballito abajo.

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